martes, 14 de enero de 2014

El Principio Omega..





El hombre avanzó hacia el Anunciador...

Creí reconocerlo.
¡Belsa!
Me dijeron que estaba ausente...
Pero ¿por qué descendió al río? Que yo supiera, hacía tiempo que había sido purificado por el Anunciador...
¡Qué extraño!
Belsa era uno de los treinta y seis «justos». Ya estaba consagrado. ¿Por qué se sometía a la purificación por segunda vez?
De pronto, el hombre del ropón de color vino se detuvo. Y, lentamente, levantó las manos hacia el embozo.
¡Esas manos! ¡No eran las del persa!
Dejé caer el saco de viaje sobre la piedra negra y chorreante y asistí, atónito, a lo que, sin duda, iba a ser el momento más importante de aquel lunes, 14 de enero, del año 26 de nuestra era. Calculo que el sol se hallaba en lo más alto, como no podía ser menos...
¡Esas manos! ¡Yo las conocía bien!
Y el Hombre retiró el manto...
¡Dios bendito!
¡Era Él! ¡Era el Maestro!
Se hallaba en el Artal, a punto de ser purificado (?) (qué extraña resulta la palabra) por Yehohanan...
Recuerdo que tuve un primer pensamiento: «No comprendo... »
Así era. No comprendía el porqué de la presencia de Jesús en aquel ceremonial.
No importaba.
¡14 de enero! ¡Lo olvidé! El viejo Zebedeo estaba en lo cierto, y también Bartolomé, el Oso de Caná. Acertaron...
Me encontraba ante lo que denominan el «bautizo» del Maestro en el Jordán. No era el Jordán, pero eso, ahora, carecía de importancia.
Entonces, el Maestro, sin dejar de mirar a Yehohanan, se aproximó un paso.
¿Cómo explicarlo?
Yo había visto esa mirada anteriormente...
Sí, fue en el kan de Assi, cuando el Maestro limpió el rostro de Aru, el negro tatuado.
Fue una mirada de infinita ternura.
—¿Tu?...¿Por qué bajas tú al agua?
El Maestro intensificó la sonrisa, y replicó con seguridad:
—Para ser bautizado...
La respuesta de Jesús sorprendió, aún más, al de las «pupilas» rojas.
—Pero soy yo quien debe ser purificado por ti...
No salía de mi asombro. El tono del Anunciador, siempre imperativo y altanero, cayó al nivel de la súplica. ¿Qué le sucedía?
El Hijo del Hombre, entonces, le dio alas:
—Ten paciencia, y actúa como te pido, porque conviene que demos ejemplo a mis hermanos...
¿Sus hermanos? ¿Estaban allí, en Omega? Sólo había visto a Santiago...
Y Jesús concluyó con algo que me desarmó:
Todo el mundo debe saber que ha llegado la hora del Hijo del Hombre...
Levantó los ojos hacia el cumulonimbo y la lluvia acarició su rostro con especial dulzura. Eso me pareció...
¿Su hora?
Segundos después, sin dejar de mirar el oscuro «cb», proclamó:
—¡Ahora es el principio!... ¡Ahora, el final es el principio!
Y de la nube, como si alguien estuviera presenciando la escena, partió otra descarga, que se ramificó sobre Omega. Pero ocurrió algo muy extraño. El relámpago fue azul, y no se produjo la lógica detonación. Fue una chispa eléctrica (?) imposible...
¿El final es el principio?
Yo sabía de esa frase...
Y recordé.
¡«Omega es el principio»! ¡La leyenda grabada en los obeliscos de los «trece hermanos», en las proximidades de Yeraj! ¡Me hallaba en el meandro Omega! ¡Allí arrancaba todo! ¡Omega, la última letra del alfabeto griego, el final, simbólicamente hablando, era el principio!
Quizá no tan simbólico...
Y se hizo el silencio. La lluvia, incluso, moderó su caída. Eso percibí. Y Omega sólo tuvo ojos para aquel Hombre...
Yehohanan depositó las puntas de los dedos sobre los hombros del Maestro y, sin mediar palabra, fue empujándolos suavemente. Yo diría que casi no tocó a Jesús.
El Maestro cerró los ojos y se dejó caer, muy despacio, hundiéndose en la corriente del Artal.
Al instante, los cabellos del Galileo flotaron en las aguas. Y unas tímidas ondas marcaron la presencia del Hombre-Dios bajo la superficie. Y fueron alejándose, borrando los breves impactos de las gotas de lluvia. Después, vi flotar parte del manto.
Sumé cinco segundos.
El Anunciador, con los ojos muy abiertos, aguardaba ansioso la reaparición de Jesús.
Y el Maestro regresó, y lo hizo con idéntica lentitud. Pero su rostro era otro. Era el mismo, pero no era el mismo. Había una luz que lo cubría... ¿Cómo explicarlo? Imposible. Quizá sólo fueron imaginaciones mías.
Y durante otros cinco o diez segundos, no lo sé con seguridad, el Hijo del Hombre continuó inmóvil, con los ojos cerrados y el rostro dirigido a los cielos. La lluvia, como digo, caía con respeto, como si no deseara caer.
Entonces, al seguir la dirección apuntada por el rostro del Maestro, volví a ver «aquello». En la base del cumulonimbo, en la nube negra y apretada que parecía gobernar sobre la «herradura», distinguí otro relampagueo, pero igualmente azul. Eran culebrinas. Eso era evidente, pero ¿por qué azules?
Y mis ojos no supieron dónde mirar. Exploraban el interior de la singular masa nubosa y regresaban después al Galileo. No creo equivocarme si afirmo que la «luz» (?) que bañaba su rostro era del mismo color que los relámpagos (?) del «cb»: un azul «movible". Y me explico (?): un azul que se movía, que despegaba de la piel (por decirlo de alguna manera), y que lo hacía «palpitando». Y a cada «palpitación», o impulso, el azul variaba de tonalidad. Tan pronto era claro como el agua marina, como turquesa o azul submarino e, incluso, con irisaciones violetas.
Yo no podía saberlo. Esos fueron unos instantes especialmente sagrados para el Hombre-Dios. Y digo bien: especialmente sagrados... El me lo confirmó después, camino de Beit Ids. Pero no adelantemos los acontecimientos...(…).

(…)Y ocurrió...
No sé en qué orden sucedió. Trato de rememorarlo, pero la mente humana no está lista para asumir sucesos de esa naturaleza. Los sentidos se extravían, se saturan y, finalmente, se rinden. Quizá fue todo simultáneo. Quién sabe...(…)

(…)Oímos un sonido. Algo así como un «clang», idéntico a lo que pude oír en el arroyo del Firán. Los cuatro hombres que se encontraban en el río alzaron las cabezas. Todos a la vez, y en la misma dirección: hacia el cumulonimbo en el que había visto los relámpagos azules. Yo hice otro tanto, pero no distinguí nada raro.
Entonces (?) llegó la ausencia de sonidos. Me puse en pie, e inspeccioné los rostros de Jesús y de sus hermanos. El Maestro tenía los ojos nuevamente entornados, y la cabeza ligeramente levantada hacia el «cb». Santiago y Judas aparecían tan desconcertados como este explorador. En cuanto al Anunciador, la verdad es que no me fijé.
No lograba explicarlo. Era como si los sonidos naturales de Omega hubieran sido absorbidos (?) y, en su lugar, quedó el vacío
Entonces (?), la base de la gran nube negra se volvió azul. No tengo palabras. Mejor dicho, las palabras no me ayudan...
Y de ese intenso azul celeste, vibrante, mejor dicho, pulsante, se desprendió (?) una «lluvia», igualmente azul, perfectamente distinguible de la lluvia normal. Y nos empapó. Entonces, todo se volvió azul: las ropas, el río, las piedras negras de basalto, los cabellos, la piel...
Pensé en una recaída. Quizá estaba siendo víctima del mal que nos aquejaba...
Pero no. Judas y Santiago contemplaron sus manos, y también las vestimentas, y movieron los labios, pero sus voces no salieron de las gargantas. Yo, al menos, no las oí. Ellos veían lo mismo que yo. ¡Era una «lluvia» azul!
Jesús no se movió. Siguió con los ojos cerrados y el rostro dirigido a los cielos. La «lluvia» azul lo había bañado, como a sus hermanos, a Yehohanan y a quien esto escribe.
Miré a los discípulos, pero seguían a lo suyo. La «lluvia» no los alcanzó. Sólo «llovía (?) en azul» en el entorno de los cinco que nos encontrábamos en las proximidades del basalto.
Sé que parece de locos...
Y entre la «lluvia» —no puedo decir si partió del «cb»— vi (vimos) una pequeña «esfera» (?) luminosa, también azul, pero en una tonalidad zafiro, con un diámetro no superior a una mano cerrada. Descendía rápido, y fue a estacionarse sobre la frente del Maestro. Jesús no abrió los ojos. Acto seguido (?), el «zafiro» buscó el pecho del Galileo, y allí se mantuvo durante décimas de segundo (?).
Después, no sé cómo, se perdió, o desapareció, en el interior del tórax de Jesús de Nazaret.
Y al instante (?), nada más desaparecer (?) la esfera de color zafiro, oí una voz (?). Mejor dicho, la oímos...
Fue lo único que acerté a oír en ese lapso de tiempo que, por supuesto, soy incapaz de calcular. No sé si transcurrieron segundos, o minutos, aunque eso poco importa...
Era una «voz» que me atrevería a definir como claramente femenina. Sí, la voz de una mujer, quizá joven (?).
Miré a lo alto, a la base azul del cumulonimbo, pero no vi nada.
¿De dónde procedía?
Sinceramente, lo ignoro. Sólo puedo decir que parecía brotar de todas partes, y de ninguna. Era como si cada átomo hablara.
Y al oírla reconocí el «mensaje»...
¡Dios mío!, ¿qué estaba pasando?
«¡Omega es el principio!»
Y la «voz» se apagó. Sólo lo dijo una vez: «¡Omega es el principio!»
La leyenda de los obeliscos... ¿Qué era todo aquello? ¿Por qué en esos instantes? ¿De quién era la voz? ¿A quién se dirigía? Evidentemente, sólo había un protagonista...(…)

(…)Y al llegar a mis pies me observó fijamente. Los ojos, color miel líquida, brillaron un instante. Me traspasó. En esos momentos no supe qué pretendía de este torpe explorador, pero me rendí. Era la mirada de un Dios. Me abrazó desde el agua. Me hizo comprender que yo era su criatura, y El, mi Creador. En aquel segundo entendí el universo contenido en una de sus palabras favoritas: «Confía.» Y lo hice. Sin palabras, mediante el hilo de las miradas, me puse en sus manos. El sabía. El gobernaba. El decidía. El era mi Dios.
Entonces me tendió la mano izquierda, en un claro gesto para que lo ayudara a salir del cauce.
¡Dios! Y creí comprender...
Su criatura, lo más bajo de la creación, era necesaria para elevarlo. El rogaba que así fuera.
Y una profunda emoción me dejó sin habla. Extendí el brazo y se aferró con fuerza. Después, sin dejar de mirarle, tiré con el cuerpo, y con el alma, y saltó limpiamente sobre la piedra negra.
Mensaje recibido.
Su mano continuó agarrada a mi brazo durante un instante. Me sonrió, y creí descubrir el paso rápido de la complicidad.
Acto seguido, con una firmeza dulce y acerada al mismo tiempo, exclamó:
—¡Vamos, mal’ak!... ¡Ha llegado la hora!
Y me guiñó el ojo.
Y aquel aturdido «mensajero» se fue tras Él. Esta vez sí fui afortunado. Fui a donde nadie fue, y fui con El...(…)


(…)Al sumergirse en las aguas, el Hijo del Hombre llevó a cabo un ritual personal —e insistió en lo de «personal»—, y se consagró a la voluntad de Ab-ba, el Padre Azul. Fue un «regalo», mucho más simbólico de lo que podamos imaginar. El quiso inaugurar el principio de su ministerio con lo más sagrado de que era capaz: «regalar» su voluntad al que lo había enviado... El «bautismo», por tanto, fue un gesto más santo, y delicado, de lo que siempre se ha creído.(…)

(…)—Fue mi regalo al Padre...(…)

(…)Permanecí pensativo. No era fácil para quien esto escribe. Yo jamás he regalado nada a Dios. Tampoco he pedido mucho, pero, en honor a la verdad, mis labios siempre se han abierto para reclamar, o suplicar.
¿Regalar a Dios? Tenía gracia... Y volví a desmenuzar las palabras del Hombre-Dios.
Jesús, atento, me dejó hacer. El sabía esperar. Era otra de sus cualidades.
La ceremonia de «bajar al agua» fue un «regalo» de Jesús hacia el Padre. Desde que lo conocía, el Maestro había hablado en numerosas oportunidades de ese «ejercicio», casi ignorado por la mayor parte de la humanidad: hacer la voluntad de Ab-ba. Recordé sus explicaciones durante la primera semana de estancia en las cumbres del Hermón, en el verano del año 25: «... Yo conozco al Padre —nos dijo—. Vosotros, todavía no. Os hablo, pues, con la verdad. ¿Sabéis cuál es el mejor regalo que podéis hacerle?... El más exquisito, el más singular y acertado obsequio que la criatura humana puede presentar al Jefe es hacer su voluntad. Nada le conmueve más. Nada resulta más rentable... »
Pues bien, llega un momento en el que la criatura humana, experta ya en esa «gimnasia» de entregarse a la voluntad del Padre, toma la decisión de consagrarse «para siempre». Y lo hace tranquila y serenamente, y elige para ello el instante que estima oportuno. Se trata de un momento de auténtica elevación espiritual, en el que el hombre, o la mujer, sencillamente, se entregan al Padre. Es un rito íntimo, el mejor «regalo» que podamos imaginar...
Jesús eligió Omega. Fue la culminación de lo que sabía y practicaba.(…)

(…)Esa mañana —me atrevería a calificarla de histórica— se registró otro suceso (?) que sólo he alcanzado a entender en parte. En realidad, en una mínima parte...
Recuerdo que el rostro del Maestro se iluminó, y de cada poro nacía una increíble y bellísima radiación azul. Lo llamé azul «movible»... Según el Maestro, ése fue el mayor de los prodigios que ha tenido lugar en la carne. Seguí sin saber de qué hablaba. Y se aproximó un poco a la realidad (lo que pudo). Su mente humana, o quizá su naturaleza humana (no supe distinguir con exactitud a qué se refería), se hizo una con la mente divina (?), o con la naturaleza divina.
Mi mente naufragó, y también se hizo una, pero con la nada...
Y Él, consciente, se detuvo. Dejó caer el saco de viaje sobre la tierra oscura del camino y se agachó. Tomó un puñado de dicha tierra, sucia y contaminada por el trasiego de hombres y animales, y me la mostró. Los ojos se iluminaron, y supe que se movía en mi interior. Sonrió y, en silencio, caminó hacia la colina de caolín más cercana. Lo seguí, intrigado. Allí, bajo los olivos, volvió a agacharse y tomó un segundo puñado de tierra, esta vez blanco-amarillenta, pura y brillante, como consecuencia del silicato hidratado de aluminio. Y, sin dejar de mirarme, procedió a mezclar ambos puñados. Al poco, no supe distinguir cuál era la tierra de inferior calidad, la del sendero, y cuál la brillante, la de la colina...
Mensaje recibido.
Y al «unificarse» (?) ambas naturalezas —la del hombre y la del Dios—, se produjo el milagro, el mayor prodigio de todos los tiempos; un milagro superior, creo, al de la resurrección de los muertos... Fue en esos instantes (?), suponiendo que esa «fusión» pueda ser medida, cuando Jesús de Nazaret se convirtió, VERDADERAMENTE, en un Hombre-Dios. En el monte Hermón recuperó lo que era suyo —la divinidad—, pero fue en Omega donde el Padre hizo «oficial» (digámoslo así) la divinidad de su Hijo, muy amado...
Fue entonces cuando se transformó en un Dios.
«Regalo» por «regalo»...(…)

(…)El no se encarnó para salvarnos, como aseguran las religiones. Ya lo estamos, según sus propias palabras. El Padre nos ha regalado la inmortalidad. Su presencia en nuestro mundo obedeció a otras «razones», digamos, de índole «personal», y que podrían ser sintetizadas (peor que bien) en la «necesidad de experimentar la naturaleza del tiempo y del espacio» (conocer a sus propias criaturas). De nuevo, se aproximó a la realidad, sólo eso, muy a su pesar... Pues bien, su experiencia en la carne quedó ultimada con el referido e íntimo «regalo» ofrecido a Ab-ba en Omega. Pudo abandonar, añadió, pero, una vez más, lo dejó en las manos del Padre. «Y se dirigió hacia el este del corazón humano, a la búsqueda del amanecer. . . » Esa fue la voluntad de Ab-ba. Ese fue el «cruce de caminos» del recién estrenado Hombre-Dios, el primero de una larga serie.
Si esto fue así, y el Galileo jamás mentía, El eligió continuar en la Tierra, de acuerdo con la voluntad del Padre.
Quedé desconcertado. ¡Pudo marcharse!
—Pero aquí estamos —manifestó, feliz, haciendo suyas mis reflexiones—, camino del este...
Y añadió, al tiempo que me guiñaba un ojo:
—¿Conoces un camino mejor?
¿Qué podía decir? E intuí que no estaba pensando en la senda que pisábamos. Ese «este» era otro... Y así lo confirmó. Jesús entendió que, además de su experiencia (?) con los humanos, Él debía proporcionarnos otro «regalo»: la esperanza. Él comprendió que, además de «enriquecerse», podía «enriquecernos». El mundo estaba, y está, en la oscuridad. Son muy pocos los que supieron, y saben, que la vida sigue después de la muerte, y que existe un Dios «que no lleva las cuentas».
Esa mañana, en Omega, el Hombre-Dios tomó la firme decisión de revelar al mundo la existencia de otro «mundo»: el del Amor, con mayúscula, como a Él le gustaba...
Si de mí dependiera, el 14 de enero sería designado Día del Planeta Tierra. Ese día, El decidió permanecer con el hombre, un poco más...
Entonces creí entender otra de sus frases, cuando se hallaba en las aguas, en el Artal:
—Ahora es el principio —dijo—. Ahora, el final es el principio...
¡Omega es el principio!
¡Dios santo! El final de la oscuridad! ¡El final es el principio!.

                                               Caballo de Troya 8. Jordán. J.J. Benítez.



 Se que me perdí
Me perdí en la calle y te encontré.
Te encontré sin nadie y te pedí...
Te pedí la llave, la que hoy me vale
Me vale para abrir.
Y abriré las cartas que guarde.
Con los mil detalles que escribí .
Esperando el día en que te encontrase
Y ahora que yo sé que me perdí contigo...

Bendigo cada noche, bendigo cada trago,
Bendigo el desespero.
Bendigo cada día, bendigo cada verso,
Bendigo el desenredo.
Y ahora que yo sé que me perdí contigo
Que no me encuentren nunca.
Y ahora que yo sé que me perdí contigo.
Que no me encuentren nunca .

Nada que decir
Las palabras saben que es así
Las verdades gritan por aquí
No preguntan cuando, ni porque, ni a donde
No hay nada que decir
El estar mi forma de insistir
Saber que siempre estas ahí
Tener la clave, sentirte parte

Y ahora que yo sé que me perdí contigo.
Bendigo cada noche, bendigo cada trago,
Bendigo el desespero.
Bendigo cada día, bendigo cada verso,
Bendigo el desenredo.
Y ahora que yo sé que me perdí contigo
Que no me encuentren nunca, que no me encuentren nunca
Y ahora que yo sé que me perdí contigo
Que no me encuentren nunca, que no me encuentren nunca.

viernes, 10 de enero de 2014

Orillas..



Yo soy la arena, tú eres la piedra,
juntos el fondo que bajo el agua vive su entrega.

Yo soy la piedra, tú eres la arena,
juntos el suelo sobre el que pesa nuestra condena.

Obligados a vivir la realidad,
fuera del agua seré barro y mala hierba,
y que el destino desafíe la verdad
y se detenga, se detenga.

Cariño mío, rosas y trigo no desesperan,
almas al viento vuelan contigo, vuelan conmigo.
Cariño mío, leña de olivo no desesperes
que en el silencio ardo contigo, ardo contigo.

Yo soy la orilla que tu orilla mira,
tú eres la orilla que a mí me mira.
Separados por el río que la vida nos obliga,
somos una sola alma.

Obligados a vivir la realidad,
fuera del agua seré barro y mala hierba,
y que el destino desafíe la verdad
y se detenga.

Cariño mío, ángel prohibido no desesperes,
fuego que arde no tiene frío, no tiene frío.
Cariño mío, fuego encendido no desesperes,
que cuando lloras crecen los ríos, crecen los ríos.

martes, 7 de enero de 2014

Algo maravilloso sucederá..



Cuando logres vencer tus miedos más profundos, 
 y te des permiso de vivir,
 ¡algo maravilloso sucederá!.
 Cuando logres sanar y liberar las pesadas cargas de tu pasado,
 y disfrutes plenamente el momento presente,
 ¡algo maravilloso sucederá!.
 Cuando logres transformar tus antiguas creencias,
 y te atrevas a fluir con la vida,
 ¡algo maravilloso sucederá!.
 Y cuando logres tener el alma limpia y el corazón puro,
 amándote a ti mismo y a los demás de verdad,
 ¡algo maravilloso sucederá!.
 Pues el Universo te traerá un gran regalo..

viernes, 3 de enero de 2014

A veces me Elevo..



A veces me elevo,
doy mil volteretas
a veces me encierro
tras puertas abiertas
a veces te cuento
por que este silencio
y es que a veces soy tuyo
y a veces del viento. 

A veces de un hilo
y a veces de un ciento
y hay veces, mi vida,
te juro que pienso:
¿por qué es tan difícil
sentir como siento?
sentir ¡como siento!
que sea difícil.

A veces te miro
y a veces te dejas
me prestas tus alas,
revisas tus huellas
a veces por todo
aunque nunca me falles
a veces soy tuyo
y a veces de nadie
a veces te juro
de veras que siento,
no darte la vida entera,
darte sólo esos momentos
¿por qué es tan dificil?...
vivir solo es eso...
vivir, solo es eso...
¿por qué es tan dificil? 

Cuando nadie me ve
puedo ser o no ser
cuando nadie me ve
pongo el mundo del revés
cuando nadie me ve
no me limita la piel
cuando nadie me ve
puedo ser o no ser
cuando nadie me ve. 

A veces me elevo,
doy mil volteretas
a veces me encierro
tras puertas abiertas
a veces te cuento
por que este silencio
y es que a veces soy
tuyo y a veces del viento.

Te escribo desde los
centros de mi propia existencia
donde nacen las ansias
la infinita esencia
hay cosas muy tuyas
que yo no comprendo
y hay cosas tan mías
pero es que yo no las veo
supongo que pienso
que yo no las tengo
no entiendo mi vida,
se encienden los versos
que a oscuras te puedo,
lo siento no acierto
no enciendas las luces que tengo
desnudos,
el alma y el cuerpo.

Cuando nadie me ve
puedo ser o no ser...