Apareció un color rosado en las ventanas.
__Hemos llegado, Pedrito, mira por la ven…
El interior de la nave quedó bañado por el color suave de
ese cielo rosa, más bien lila claro. Me sentí lleno de reverente
espiritualidad.
Mi mente dejó de ser la habitual, y me resulta muy difícil
explicar cómo fue cambiando mi conciencia. Yo no me veía a mí mismo como el
“yo” de ahora, no era un niño terrestre, sino mucho más que eso. Sentí que
aquello que estaba viviendo, de alguna forma ya lo había vivido, no me eran desconocidos
aquel mundo ni aquel momento. Ami y la nave desaparecieron, estaba solo,
llegando desde muy lejos a un encuentro largamente esperado.
Descendí flotando desde nubes rosadas y luminosas, no había
ningún sol allí, todo era demasiado suave. Apareció un paisaje idílico: una
laguna rosa en la que se deslizaban unas aves parecidas a cisnes, blancos tal
vez, pero el lila del cielo bañaba todo. Alrededor de la laguna había hierbas y
juncos de diferentes tonalidades de verde, naranja y amarillo-rosa. En los
alrededores, a lo lejos, se veían suaves colinas tapizadas de follajes y de
flores que parecían pequeñas gemas brillantes de diversos colores y
tonalidades. Las nubes presentaban variados matices de rosado y lila.
No supe si yo estaba en ese paisaje, o él dentro de mí, o
tal vez formábamos una unidad, pero lo que más me sorprende hoy, es que el
follaje… ¡cantaba!.
Unas hierbas y flores se mecían emitiendo notas musicales al
son de su balanceo, otras, lo hacían en un sentido diferente, emitiendo notas distintas.
Aquellas criaturas eran conscientes, los juncos, hierbas y flores cantaban y se
mecían a mi alrededor y en las colinas cercanas; formaban el concierto más
maravilloso que yo haya jamás escuchado. Todo era armonía consciente.
Pasé flotando por sobre la orilla de las aguas. Una pareja
de cisnes con varios hijos pequeños, me miró desde sus antifaces azules con
finura y respeto; me saludaron doblando con elegancia sus largos cuellos.
Correspondí inclinándome apenas, pero con gran afecto. Los padres ordenaron a
sus pequeños que también me saludaran, creo que lo hicieron a través de una
orden mental o un levísimo movimiento; los hijos obedecieron doblando también
sus cuellos, aunque no con tanta elegancia ni armonía; por un momento perdieron
el equilibrio, pero luego recuperaron la estabilidad y continuaron avanzando
con cierta arrogancia infantil que me produjo ternura. Les respondí con cariño,
simulando gran ceremoniosidad.
Proseguí mi marcha
flotando hacia el lugar del encuentro. Tenía una cita desde la eternidad de los
tiempos: iba a encontrarme con “ella”.
Apareció a lo lejos una especie de pagoda o pérgola flotando
junto a la orilla. Tenia un techo al estilo japonés, sujeto por delgadas cañas
entre las que subían enredaderas de hojas rosadas y flores azules que hacían
las veces de paredes. Sobre el piso de madera pulida había almohadones de
anchas franjas de colores; desde el techo colgaban pequeños adornos, como
incensarios de bronce u oro y jaulitas para grillos.
Sobre los almohadones se encontraba “ella”, la sentí
cercana, inmensamente cercana, sin embargo, era la primera vez que íbamos a
unirnos…
No nos miramos a los ojos, queríamos alargar los momentos
previos, no había que apresurar nada… tantos milenios habíamos esperado ya…
Hice una reverencia a la que ella respondió sutilmente;
entré, nos comunicamos, pero no con palabras, hubiera sido demasiado vulgar,
poco armonioso con ese mundo y con aquel encuentro tan anhelado. Nuestro
lenguaje consistió en un ritual artístico de leves movimientos de brazos, manos
o dedos, acompañados de algún sentimiento que proyectábamos vibratoriamente.
Cuando el lenguaje hablado es insuficiente, el amor nos pide otras formas de
comunicación…
Llegó el momento de mirar aquel rostro ignorado: era una
hermosa mujer de facciones orientales y piel de un azul claro. Cabellos muy
negros con partidura al centro. Tenía un lunar en medio de la frente.
Sentí mucho amor por ella, y ella por mí. Llegaba el momento
culminante. Acerqué mis manos a las suyas… y todo desapareció.
Estaba junto a Ami, en la nave, la neblina luminosa y blanca
indicaba que nos íbamos de aquel mundo.
__ …tana… oh, ya regresaste__ dijo Ami.
Supe que todo aquello había ocurido en una fracción de
segundo, ente el “ven” y el “tana” de la palabra “ventana” que Ami pronunció
apenas apareció el color rosado tras los vidrios. Sentí angustia, como quién
despierta de un sueño hermoso y se enfrenta a una opaca realidad… ¿o era al
revés? ¿no sería esto un mal sueño y lo otro, la realidad?.
__¡Quiero volver!__ grité. Ami cruelmente me había separado
de”ella”, desgarrándome, no podía hacerme eso. Aún no recobraba mi mente
habitual, el otro “yo” estaba sobrepuesto a mi vida real. Por un lado era
Pedro, un niño de nueve años; por otro lado era un ser… ¿Por qué no podía
recordarlo ahora?.
__ Ya habrá tiempo__ con suavidad me tranquilizó Ami__, vas
a volver… pero no todavía…
Logré calmarme. Supe que era verdad, que volvería, recordé
esa sensación de “no apresurar las cosas” y me quedé tranquilo. Poco a poco fui
retornando a mi normalidad, pero nunca más volvería a ser el mismo, ahora había
vislumbrado otra dimensión de mi propio ser… Yo era Pedro, pero sólo
momentáneamente, por otro lado era mucho más que Pedro.
__¿En que mundo estuve?.
__ En un mundo situado fuera del tiempo y del espacio… en
otra dimensión… por ahora.
__ Yo estaba allí, pero no era el de siempre… era “otro”…
__ Viste tu futuro, lo que serás cuando completes tu
evolución hasta cierto límite…
__¿Cuando será eso?.
__ Te falta nacer, morir, nacer varias veces, varias vidas…
__¿Como es posible ver el futuro?.
__ Todo está escrito. La “novela” de Dios ya está escrita,
te saltaste unas cuantas hojas y leíste otra página, eso fue todo. Era
necesario, es un pequeño estímulo para que renuncies definitivamente a la idea
de que todo termina con una muerte más, y para que lo escribas y otros lo
sepan.
__¿Quién era esa mujer? Siento que nos amamos, incluso
ahora.
__ Dios te la pondrá muchas veces a tu lado. A veces la
reconocerás, a veces no, depende de tu “cerebro del pecho”. Cada alma tienen un
único complemento, una “mitad”.
__¡Tenía la piel azul!.
__ Y tú tambén, sólo que no te miraste en un espejo__ Ami
volvió a reírse de mi.
__¿Ahora la tengo azul?__ me miré las manos intranquilo.
__ Claro que no. Ella tampoco ahora…
__¿Donde está ella en este momento?.
__ En tu mundo…
__¡Llévame a ella, quiero verla!.
__ ¿Y cómo la vas a reconocer?.
__ Tenía rostro de japonesa… aunque no recuerdo sus rasgos…
tenía un lunar en la frente…
__ Te dije que ahora no es así__ reía Ami__, en estos
momentos ella es una niña común y corriente.
__¿Tú la conoces; sabes quién es?.
__ No te apresures, Pedrito, recuerda que la paciencia es la
ciencia de la paz, de la paz interior… no quieras abrir antes de tiempo un
regalo sorpresa. La vida te irá guiando… Dios está detrás de cada
acontecimiento..
__¿Cómo la reconoceré?.
__ No con la mente, no con el análisis, no con el prejuicio,
sólo con tu corazón, con amor.
__ Pero, ¿cómo?.
__ Obsérvate siempre, especialmente cuando conozcas a
alguien, pero no confundas lo interno con lo externo… Nos queda poco tiempo por
delante. Tu abuelita va a despertar, debemos volver.
__¿Cuándo regresarás?.
__ Escribe el libro, luego volveré.
__ ¿Pongo lo de la “japonesita”?.
__ Pon todo, pero no olvides decir que es un cuento.
Ami, el niño de las Estrellas. Enrique Barrios.
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